a

¿Por qué fracasan los países o triunfan las empresas? La importancia de un buen sistema educativo

  /  ¿Por qué fracasan los países o triunfan las empresas? La importancia de un buen sistema educativo

¿Por qué fracasan los países o triunfan las empresas? La importancia de un buen sistema educativo

En las facultades de economía los alumnos siempre tienen un viejo profesor que da buenos consejos, esos que los políticos nunca siguen. Siempre recordaré este: «Eduardo, si un día quieres predecir en economía no olvides esto: cuando digas una cifra nunca digas una fecha, y cuando digas una fecha nunca digas una cifra. Sólo así mantendrás tu credibilidad profesional». Pues bien, para acercarnos al enigmático concepto de competitividad, voy a recordar una anécdota en la que un prestigioso economista quiso jugar a ser adivino.

 En la década de los cuarenta este analista económico, profesor en el MIT, autor de tratados económicos y que fue asesor de varios presidentes, se atrevió a predecir sobre el futuro económico de dos países.

 Uno de ellos era un país asiático. Un país que había padecido la Segunda Guerra Mundial y para el que nuestro gran economista sentenciaba que su futuro económico sería muy negro. Un territorio desértico en el 70 % de su superficie, una organización interna y una cultura muy lejana al desarrollo económico y empresarial, eran algunos de los hechos que le llevaban a sentenciar a este país.

 El mismo gran economista identificaba otro país como una nación con un gran futuro económico. Estaba en el continente americano, y disponía de grandes recursos agropecuarios, forestales, etc., y una población joven, formada, intercultural y que había conseguido esa interculturalidad sin tensiones raciales ni conflictos religiosos. Se había convertido en el gran proveedor de la Europa de la postguerra, su ubicación geográfica era óptima y nuestro gran economista aseguraba que este país competiría con Estados Unidos por el liderazgo mundial.

 El economista era Samuelson. El primer país al que Samuelson le auguraba un futuro negro era Japón. Hoy, a pesar de la escasez que tienen en cuanto a recursos, es una de las grandes economías del mundo. El segundo país, el que competiría con Estados Unidos por el liderazgo mundial, era Argentina.

 ¿Por qué se equivocó Samuelson? Porque su análisis centró la causa de la competitividad de las naciones en la posesión de los recursos y la ubicación geopolítica, cómo si eso explicase el éxito económico. La competitividad no se basa en la posesión del recurso: las empresas de ayer con más recursos son los colosos que han caído ya o caerán mañana en manos de pequeñas y nuevas empresas con proyectos rompedores. Así ha sido toda la vida. Los recursos acompañan, las personas marcan la pauta. La competitividad de las naciones tiene mucho más que ver con la competencia y la libertad de sus personas.

Como botón de muestra de esta afirmación, hace unos años un experto en geoestrategia me dio un dato que hace pensar: todos los países islámicos juntos tenían entonces un PIB que era más o menos igual que el de España. La riqueza que producen todos los habitantes de los países islámicos, con toda su extensión y todos sus recursos, es similar al valor de lo que producimos los cuarenta y pico millones de españoles.

 Y añado un dato de especial actualidad. El PIB de Rusia, con casi 150 millones de habitantes, gran potencia militar y exigua potencia económica, apenas supera al de España y está por debajo de Italia que no alcanza los 60 millones de población.

 Si no son los recursos y si es la competencia de los ciudadanos la que marca la diferencia, entenderemos que debemos cambiar la clave para comprender las bases de una sociedad desarrollada. Desde mi punto de vista, hay dos factores que siempre están detrás de todos los países que han incrementado sustancialmente su competitividad. Son dos factores que han compartido la China actual, con el Japón de los años setenta, los Estados Unidos de principios de siglo XX, la España de los años sesenta o la Inglaterra de la Revolución Industrial. Estos dos factores son: libertad económica y un buen sistema educativo orientado al desarrollo profesional de los ciudadanos. Podemos decir, sin miedo a equivocarnos que, para que un país sea competitivo y tenga éxito, es imprescindible que cuente con personas competentes.

 Tanto es así que son muchos los ejemplos de éxito basados en la competencia profesional. Pensemos, por un momento, en el nivel de la sanidad de los países centroamericanos. El alto nivel que la medicina cubana ha mantenido durante décadas, comparado con sus países limítrofes, no se corresponde con los recursos del país. Es consecuencia de la apuesta por la formación y el desarrollo de personas en ese ámbito. Lo mismo ocurre con los éxitos de Cuba en el atletismo, o el liderazgo de Jamaica en las pruebas de velocidad. Cuando una profesión es tomada en serio, se diseñan estructuras e instituciones orientadas al desarrollo profesional y sus practicantes cuentan con el debido reconocimiento social, por lo que la competencia técnica llegará tarde o temprano.

 El desarrollo de competencias tiene que ver con cosas como la cultura del esfuerzo, la educación en valores como la solidaridad, la responsabilidad, la honestidad, la positividad y el reconocimiento social a quien aporta, emprende, innova y contribuye a la creación de riqueza y empleo. Son cuestiones clave que empiezan desde la infancia, y que requieren de una educación que ayude a conocer nuestro pasado y presente, a comprender las claves del funcionamiento de una sociedad y una economía sana que posibilite, de verdad, la defensa sin complejos de la libertad de empresa y la libertad de educación como derechos fundamentales y siempre bajo el imperio de la ley que todos nos damos. De no ser así nos pasará lo que a Rusia, un país en donde una minoría de ricos acaudalados se aseguran los recursos, se organizan mafias que impiden esa libertad de empresa y la propaganda pública limita el acceso a la información dañando las bases del sistema educativo.

 En España la educación hoy está en boca de todos. Se está reformando la educación, a todos los niveles (ESO, FP, Bachillerato, etc.) sin el necesario consenso de país. Todos sabemos que estamos ante otro fracaso anunciado, como en anteriores reformas educativas que, precisamente, no han llevado a nuestro país a liderar los rankings internacionales. Enseñaremos historia sin nombrar la Revolución Francesa o el descubrimiento de América. La materia de biología y geología se centrará en la igualdad de género y la diversidad sexual, la economía y el emprendimiento seguirán siendo una materia optativa. Podremos superar el curso con dos asignaturas suspensas y haremos de la perspectiva de género, la columna vertebral del currículo de los alumnos.

 Por supuesto, una apuesta sin fisuras por un modelo ideológico, “público y de calidad”: más dinero para el presupuesto público. Algunos pedimos más educación y de mejor calidad para todos, es una obligación del Estado y un derecho de los ciudadanos, pero sin que siga creciendo el ejército de funcionarios públicos en la educación.

 Hagámoslo, por qué no, creyendo en el emprendimiento que llena la boca de nuestros políticos, por qué no, aplicado al sector educativo. Políticas públicas que apuesten por la educación y que permitan a los padres decidir si eligen un centro público o uno privado en lo más importante: la educación de sus hijos. Igual acabamos viendo que nos salen más baratos a todos la ESO, el bachillerato y la universidad de nuestros hijos cuando la ponemos en manos de centros privados bien gestionados. Porque el paternalismo del Estado (se ha llegado a decir en este país que los hijos no son de los padres) no suele conducir a sociedades libres y prósperas, sino a un sector público menos eficiente y que hará crecer esa deuda pública que pronto nos traerá a todos de cabeza.

 No lo olvidemos, la historia económica no engaña: la confluencia de un buen sistema educativo orientado a las necesidades del tejido productivo y la libertad de empresa siempre han sido la base del crecimiento económico y el desarrollo social. Y la educación es importante, porque, como dijo un cineasta muy famoso: “hay algo más importante que preocuparnos por qué mundo dejaremos a nuestros hijos: ocuparnos por qué hijos dejaremos a este mundo”.

Por Eduardo García Erquiaga