¿Podemos competir con un modelo universitario obsoleto?
Ahora, tras la brutal crisis que ha azotado y asolado muchas estructuras, sabemos que no hay futuro sin competitividad. En una economía global necesitamos empresas competitivas, y esto solo se consigue formando profesionales competentes.
En efecto, España es competitiva en Medicina porque cuenta con profesionales sanitarios que saben preservar nuestra salud, gestionar el sistema e investigar para lograr mejores tratamientos. España es también competitiva en Ingeniería de Obra Civil (la exportamos a medio mundo) porque tenemos ingenieros competentes que saben diseñar las mejores soluciones técnicas y adaptarlas a las necesidades de sus clientes. Así tendría que ser para el conjunto de nuestro sistema, pero, si somos honestos, tenemos que constatar un gran desfase entre esos profesionales competentes que precisan nuestras empresas y el perfil de nuestros titulados universitarios.
¿Calidad o cantidad?
Acudamos a algunos datos comparados: un joven inglés está en las aulas universitarias una media de poco más de tres años, y al finalizar su carrera afronta una tasa de paro del 2,5%. El español está en la universidad más de seis años y su tasa de desempleo es del 15%. Formamos a nuestros jóvenes más años y, sin embargo, nuestro paro multiplica por seis al inglés.
Confundimos calidad educativa con horas de clase. Creemos que una carrera de cinco años es mejor que una de cuatro y que un master de dos años es mejor que otro de uno.
No entendemos que la auténtica formación es el proceso de adquisición de competencias para el ejercicio profesional. No queremos entender que un buen diseño curricular, profesores competentes y el método adecuado, pueden ahorrar muchos años estériles de pupitre.
Se puede formar a un buen graduado en Marketing, o en Gestión Comercial, o en Negocios Digitales, en un programa bien diseñado e impartido de tres años. Un programa que vaya al grano, que incorpore prácticas y se centre en mejorar las competencias de un buen ejecutivo en la materia, bilingüe o trilingüe, por supuesto.
Pero si preguntamos a muchos de nuestros doctores de la universidad española nos dirán que no, que el Marketing no es disciplina como para una carrera, que primero cuatro años de Administración y Dirección de Empresas (nuestro joven ya tiene 23 años si no repite), y que después un master en Marketing (ya estamos en 24 o 25 años). Ese no tan joven de 24 años, que todavía no ha tenido una experiencia profesional, estará incluso menos preparado que un joven que en Londres, Dublín o París haya hecho una buena carrera de tres años en la materia. Y lo que es peor, nuestro recién titulado, con un flamante master oficial y académico, será un joven frustrado que no entiende por qué sigue en el paro.
Formar para lo que el mercado demanda
Podemos cambiar el Marketing por las Finanzas, la Fisioterapia, el Cuidado y la Gestión de Animales, las Relaciones Laborales, y tantas disciplinas donde lo que necesitamos es, simple y llanamente, profesionales competentes formados para lo que el mercado demanda. Tenemos un modelo universitario desenfocado y alejado de las necesidades de la empresa que, además, ha hecho gala de un falso elitismo eliminando del currículo universitario a todo lo que suena a Formación Profesional. Esto no ocurre en otros sistemas donde hay mestizaje entre la formación profesional y la universitaria.
Un joven británico no se ve obligado a elegir entre Formación Profesional o universitaria al finalizar su educación secundaria. Puede cursar un HND de dos años (un título similar a la FP Superior en España, pero mucho más práctico) y, al finalizar, puede trabajar o acceder al tercer curso universitario y convertirse en Bachelor (graduado) en un año. Y si lo desea, ya trabajando, podrá volver a la universidad para hacer un máster varios años después.
Esto sí es aprendizaje a lo largo de la vida. Por el contrario, en España hemos construido un muro entre lo profesional y lo académico. La última piedra de ese muro la ha puesto nuestra Ley de universidades que obliga a que un máster oficial sea impartido en un 70% por profesores doctores. Mantenemos un modelo universitario decimonónico en pleno siglo XXI.
Nadie entendería que nuestras facultades de Medicina tuviesen profesores de cirugía que no operen cotidianamente. Sin embargo, aceptamos tener profesores de derecho que no defienden casos en el juzgado, profesores de organización de empresas que nunca han organizado una empresa, profesores de gestión hotelera que solo han visto la recepción de un hotel como turistas en sus vacaciones, y así podríamos continuar con una lista interminable.
No podemos seguir esperando a que la Universidad decida reinventarse. No lo hará.
Si no agarramos el toro por los cuernos seguiremos formando durante 6 y 7 años a jóvenes hartos de demagogia y frustrados en las colas del paro. El futuro pasa por una oferta universitaria orientada a las necesidades del tejido productivo, y urge que la clase empresarial sea consciente de que debe asumir un papel activo en su diseño e implantación. No podemos seguir esperando a que la Universidad decida reinventarse. No lo hará. Nos jugamos demasiado. Como en su día dijo Gorbachov a su homólogo de la República Democrática Alemana: “la historia castiga al que llega tarde”. Nuestro país, en lo educativo, no puede seguir sufriendo tamaño castigo.
*Artículo publicado en la revista de APD del mes de febrero.
Eduardo García Erquiaga
Licenciado en Ciencias Empresariales en la especialidad de financiación por la Universidad de Santiago, doctor en Administración de empresas por la Universidad de Navarra (cum laude por unanimidad), Executive MBA y Programa de Alta Dirección por el Instituto Internacional San Telmo. Es un experto consultor del área de estrategia empresarial. Ha sido el Director de la Escuela de Negocios Caixanova durante más de 15 años y actualmente es el Director de Galicia Business School.