a

Perspectivas Antropológicas

  /  Perspectivas Antropológicas

Perspectivas Antropológicas

A continuación, compartimos el artículo que nuestro docente, Javier Fernández Aguado, publicó en la revista Ejecutivos este mes de febrero.

Una de las múltiples ventajas del coaching ejecutivo que vengo ejerciendo desde hace cinco lustros es el permanente aprendizaje al que uno tiene acceso. Los aproximadamente cuatrocientos directivos de diversos países que han confiado en mí para que contribuyese a su desarrollo profesional han sido, y siguen siendo, una escuela impagable de experiencias.

Centraré hoy mis reflexiones en un aspecto muy particular: cómo se va percibiendo el ascenso profesional, y la existencia en general, cuando se han alcanzado puestos de relumbrón. A saber, posiciones en las que alguien culmina sus aspiraciones de logro. Por consiguiente, cuando lo relevante ya no es la imagen que se genera ante terceros, sino la que uno tiene de sí mismo.

Como apuntara Romano Guardini, la vida se compone de diversas fases por las que de manera no idéntica acabamos transitando. Desde los balbuceos profesiones en los que cada quien aspira a mostrar al mundo, y quizá más a sí mismo, que está capacitado para consecuciones que otros no alcanzaron. En esos primeros años, muchos se muestran abiertos a cualquier sacrificio, incluso a veces el de las amistades, la familia y el sentido común. Si por desgracia se cruza en el camino una secta ideológica, política, pseudo religiosa, lobby, etc. se estará dispuesto a desertar de amarres a los que bajo ninguna circunstancia debería renunciarse. Principalmente el de la reflexión juiciosamente crítica que permita tomar decisiones sensatas, para evitar que otros nos vivan la vida.

LA TRANSICIÓN HACIA AGUAS MÁS CALMOSAS, donde los frutos puedan ser más sólidos, no alcanza a todos a la misma edad cronológica. Además, en algunos casos los años que pasan sirven para incrementar la sabiduría mientras otros se limitan a hacerse ancianos cuando no meramente escépticos. Una definición de cínico que escuché lo explica con claridad: aquel que cree que la esperanza es lo último que se perdió.

Gracias a Dios, hay muchas personas que a pesar de los desengaños que puedan acumularse en la mochila experiencial son capaces de superar con entusiasmo e ilusión esos periodos que en ocasiones convierten la existencia en el transcurso sobre meandros que parecen nunca agrandar su velocidad. En ese período, el gran riesgo es la rutina: imponente enemigo de toda iniciativa y proyecto. De ahí, sucesos que son conocidos como la crisis de los 40, periodos de depresión exógena, desánimos, desengaños, sensación de que no se han culminado las metas que uno se propuso, etc.

Quienes superan con acierto esos años es altamente probable que se acerquen al olimpo de la sabiduría, que como su propio nombre indica reclama saborear despaciosamente lo que se va viviendo.

CUANDO SE OBTIENE UNA EQUILIBRADA MADUREZ profesional y humana es cuando pueden ofrecerse frutos en sazón. Con toda probabilidad ya no se dispone de la energía de otros tiempos, pero las decisiones son más certeras, porque se calibra con cordura que es preciso seleccionar aquello a lo que uno va a dedicar su arrojo. Como acertadamente enseña el refranero, “perrillo de muchas bodas no come en ninguna”.

La perspectiva va perfeccionándose. De ahí que muchos añoren no poder tomar decisiones de los primeros años con la preparación lograda cuando la cabeza luce canas o… nada.

En esa etapa, quienes han envejecido bien son capaces de destilar sapiencia útil para que quienes se encuentran en los comienzos de sus carreras cuenten con más elementos para acertar. Como bien explicara Ignacio de Loyola, gran parte del éxito de una organización consiste en mezclar los bríos de la juventud con la sapiencia de los ancianos. De ahí que la práctica tan habitual de prejubilar pueda mejorar los resultados en una cuenta de explotación, pero muchas veces daña gravemente a las organizaciones que van diluyendo su capital intelectual.

DENTRO DE LA LITERATURA DEL MANAGEMENT anglosajón se pudo de moda hace algunos años el libro de Covey, 8 hábitos de la gente altamente efectiva. Esa obra acoge en sus páginas innumerables reflexiones de la cultura griega y romana, en las que toda la civilización occidental se ha achispado de forma más o menos consciente.

En concreto, propone Covey la aconsejable costumbre de considerar qué pensarán de nosotros el día en que ya nada esperen de nosotros. Es decir, cuáles serán las conversaciones en los grupos de amigos personales, profesionales, familiares, cuando ya no estemos en condiciones de responder. El experimento propuesto por el autor norteamericano apunta a que ahora que todavía campamos por nuestros respetos tomemos medidas para que lo que de nosotros se pregone sea lo que nos gustaría se dijese.

Cuando 2018 está dando sus primeros pasos, la ocasión la pintan calva para que cada uno, independientemente del posicionamiento profesional o personal que en este momento tengamos, caminemos por senderos que nos conduzcan a las metas anheladas.

ARISTÓTELES EXPLICABA en Ética a Nicómaco (LID) que la causa final –es decir, el sentido de nuestras acciones– es siempre lo primero en la intención y lo último en la consecución. Dicho de otro modo: para llegar a la cima a la que aspiramos es esencial saber cuál es e ir poniendo medios parar proceder por la trocha correcta evitando seleccionar otra que nos conduciría donde no queremos llegar.

En esta civilización de la prisa, de la urgencia, de la inmediatez tantas veces frívola de redes sociales repletas de superficialidad, cuando no de ignorancia o mala fe, es más que ventajoso posicionarse con distancia. Triste cosa sería que el día a día comiese horas sin cuento para encontrarnos, al cabo, con un epitafio del tipo: “asistió a mil quinientos cocktails profesionales”.

Lo accidental, lo epidérmico, lo prescindible se encuentra permanentemente al acecho para tratar de impedir que nos centremos en lo esencial. ¿De dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, siguen siendo interrogantes esenciales a los que hay que dar respuesta. De no hacerlo de forma coherente y sólida corremos el riesgo de que otros nos vivan la vida, y atraquemos en puertos indeseados.

Ya se encargarán las circunstancias económicas, sociales, políticas, etc. de modelar nuestras aspiraciones. Para que no lo hagan de manera radical es ineludible tomar el timón con fuerza para surfear sobre esas olas que tratan insistentemente de arrasar nuestro entusiasmo y convertirnos en alguien más del montón.

UNA RECOMENDACIÓN FINAL: suceda lo que suceda, no permitamos que bajo ninguna circunstancia nada ni nadie nos arrugue el alma. El gran lema que puede ayudarnos en diferentes enclaves es que, si avanzamos en la dirección correcta, ¡lo mejor está siempre por llegar! Y este año 2018, recién nacido todavía, es la mejor palestra para vivir de una manera sanamente consciente.

[siteorigin_widget class=»SiteOrigin_Widget_Image_Widget»][/siteorigin_widget]

Javier Fernández Aguado

Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid, Doctor en Filosofía y Profesor Extraordinario de escuelas de negocios. Ha publicado sesenta libros sobre Gobierno de Organizaciones, y Creación de Empresa (la mitad de ellos en solitario). Asimismo, ha creado seis modelos de Gestión Organizativa: Gestión de lo Imperfecto, Patologías Organizativas, Will Management, Feelings Management, Dirección por Hábitos y Liderar en Incertidumbre, que son referente en multitud de organización tanto en Europa como en América. Tras años de trabajo como Alto Directivo y luego como empresario, es en la actualidad Presidente de MindValue. A lo largo de su carrera ha creado o asesorado en la creación de más de 200 empresas.