La Herencia Empresarial
Ilusión – Actitudes – Formación
Carlos López Navaza, docente de Galicia Business School y Socio-director de Lopez Navaza&Asociados Consultores S.L., comparte la continuación del artículo «Dar un paso atrás» publicado en nuestro blog.
En mi anterior artículo había dejado aparcada la actuación que iba a hacer la hija del dueño de la empresa. Ahora es el momento de retomarlo.
Os refresco la memoria. El dueño de la empresa en la que trabaja mi exalumno había decidido dar un paso atrás, el baile de la yenka, por lo que había contratado un nuevo Director General y había situado a su hija a su lado. Como ya habíamos dicho es Diplomada en Turismo, próxima a la cuarentena y lleva varios años trabajando en la empresa. Su padre pretende que al lado del nuevo Director General vaya aprendiendo, con un fin, aún no manifestado, de que el día de mañana sea su heredera, cuestión no discutible y, además, la nueva Directora General, cuestión que me plantea serias dudas.
¿Por qué estas dudas? Durante la conversación mantenida con mi exalumno me habían ido surgiendo, que ahora os expongo de forma sucinta.
Según él, la hija del jefe no tenía ilusión por ser empresaria. Con una amiga había montado una tienda de venta de complementos de mujer, a la que le gustaba ir a ver cómo iba, o, mejor dicho, a ver que vendían. La mayor parte de las veces compraba algo y ordenaba los escaparates. La verdad es que tenía un don especial para esta actividad. Sabía exactamente lo que el público quería ver, y, consecuentemente, comprar. La gestión de la tienda era de su amiga, y ésta cuando pretendía darle datos sobre como marchaba el negocio, le prestaba poca atención. Igual le sucedía en la empresa. Su ilusión no iba por ser empresaria. Era feliz trabajando pocas horas y teniendo tiempo libre para cuidarse: gimnasio, paseos, ir de tiendas, etc. y viajar, su gran pasión.
Con este panorama se incumplía el primer factor necesario e imprescindible para ser empresario: tener vocación, ilusión, pasión, o llamémosle como queramos.
Pero sigamos profundizando, ¿tiene las actitudes para ser empresaria? Es decir, ¿asume bien el riesgo?, ¿convive bien con la incertidumbre?, aunque tenga problemas en la empresa, no los lleva para casa, ¿concilia igualmente el sueño?, ¿tiene temple?, ¿tiene visión de futuro?, ¿le gustan los retos, las luchas?, etc.
Mi interlocutor se quedó mirándome fijamente, ¿realmente es preciso tener todas estas actitudes que has dicho? Me interrogó.
Mi respuesta no dio lugar a dudas: son precisas todas. Pero aclaremos. Obviamente nadie va a tener todas ellas en un grado elevado. Supongamos una valoración de cero a diez, nadie va a tener todas de diez, pero sí que es preciso tener en todas mínimo el aprobado y, a poder ser, varias con notable y algunas con sobresaliente.
En este caso, me contestó, creo que no tiene las actitudes precisas para ser empresaria.
Bien, el segundo factor, imprescindible, tampoco lo cumple. Podríamos ya parar, pero vamos a incluir otro, el tercero, la formación.
Evidentemente no lo cumple, pero es el único que sería más o menos fácil de lograr. Los conocimientos con un poco de esfuerzo se adquieren; pero los otros señalados, la pasión y las actitudes se nace con ellos, y se desarrollan, se entrenan, pero es difícil lograrlos. Es como el deporte. El deportista se hace, pero sin una buena base de nacimiento es muy difícil alcanzar una cota elevada. La genética influye mucho y parece que en este aspecto la del padre no la ha conseguido la hija.
Estoy de acuerdo -me señaló- ¿pero qué deberían hacer tanto el padre como la hija?
El padre debería pensar en lo que quiere su hija, no en lo que quiere él. Ya sé que es una gran desilusión que el proyecto de tu vida no sea seguido por tus descendientes; aunque esto no es del todo exacto, pues hay varias formas de seguirlo. Que reflexione y que concilie sus deseos con los de su hija.
La hija debe hacer ver a su padre lo que pretende en la vida. No es feliz en su trabajo actual y mucho menos lo será en el próximo, si sigue la senda marcada por su progenitor. Tiene que convencerlo, o en otro caso, “renunciar a la herencia”. He buscado esta expresión, posible, en la actualidad, en términos más económicos, y menos emocionales, para hacer hincapié en que la hija no puede someterse a los deseos del padre, si estos van en contra de su felicidad y bienestar. Tiene que romper.
¿Y cómo pueden conciliar estas posturas antagónicas? Pues, como siempre, la virtud está en el medio. El día de mañana ella será la propietaria, dueña de la empresa, pero no la gestora. Habrá un Director General o un Consejero Delegado que llevará la gestión de la empresa y que presentará resultados y propuestas a la propietaria.
Si a ella esto le parece todavía muy exigente, puede rodearse de una o dos personas que ejerzan de asesores y que junto al Consejero Delegado y la propia propietaria, formen una especie de Consejo de Administración con las funciones propias de este ente.
Esta situación futura, sería alcanzada a partir de una temporal en la que el padre ejerza esta posición de asesor con su hija. Ganarán todos, el padre, la hija y por supuesto también, como en mi anterior artículo, el nuevo Director General o el próximo Consejero Delegado.
Carlos López Navaza
Socio-director de Lopez Navaza&Asociados Consultores S.L. y consejero de diversas empresas en las áreas de estrategia, negocio y energía, y colaborador en diversas escuelas de negocios en las materias de Estrategia, Planificación y Control y Organización de Empresas. Además es profesor asociado de Galicia Business School.